Internado inglés (1) Relato.


 

Asistía al Bloosmbury College, uno de los colegios más avanzados e innovadores de Gran Bretaña. Había sido creado por el “Círculo Bloosmbury”, un colectivo de intelectuales y artistas londinenses con una moderna mentalidad en temas como el feminismo, el pacifismo y la sexualidad; y que querían formar, a través de este proyecto, una nueva generación de intelectuales y científicos, acorde con los nuevos tiempos que estaban por llegar. En un principio, seleccionaban a los alumnos por su alto nivel intelectual, sin importar ni su género, ni su raza, ni su procedencia social. Con el tiempo, la institución se capitalizó y se fue convirtiendo en un colegio para niños ricos, donde el nivel académico representaba un criterio secundario. Durante mucho tiempo convivieron los dos planteamientos. Tenían un sistema tripartidario: una escuela primaria, una secundaria técnica y otra secundaria moderna, controlando todo el proceso educativo, desde la más tierna infancia hasta que sus alumnos estaban en condiciones de acceder a la universidad.

 

Me encontraba en clase de biología. Nos estaban explicando “El origen de las especies” de Charles Darwing; en concreto, la selección natural. Las poblaciones de seres vivos se adaptan al entorno en el que viven con el paso del tiempo. Los individuos, que forman esas poblaciones, poseen rasgos que han heredado genéticamente de sus pro-generes, aquellos que presentan cualidades más ventajosas en el medio que habitan pueden sobrevivir a su época y sus rasgos se transmiten a la generación siguiente. Algo de eso estaba explicando el profesor en una clase magistral, esforzándose en que los alumnos le pudieran seguir, pero lo cierto es que yo no estaba prestando demasiada atención. En mis manos tenía un libro sobre mitología egipcia que estaba oteando, en él se hacía mención a “El libro de los muertos”; al lado, tenía apilados los folios con mis dibujos, perfilando algunos detalles.

 

Mi padre siempre tuvo un gran interés en estudiar la mitología clásica. Inquietud que me transmitió desde que yo era muy pequeña, contándome mitos y leyendas, y pasándome libros que devoraba con insaciable curiosidad. Aquellos relatos disparaban mi imaginación, me trasladaban a planos paralelos, más apasionantes que la realidad que percibía con mis ojos. Yo me decanté más por la mitología egipcia que por la griega o la romana. Reflejaba la continua dicotomía entre la vida y la muerte. Me fascinaba el dios Ra, aquel cuerpo de hombre con cabeza de halcón, el creador de la vida y el responsable del ciclo de la muerte. La diosa Isis, la diosa madre, protectora de su hijo Horus y artífice de la resurrección de su esposo Osiris. O Anubis, el hijo bastado de Osiris, que con cabeza de chacal guardaba las tumbas y decidía con su balanza qué muertos pasaban al más allá y quienes no debían rebasar el umbral.

                                                                                                                                                                

* Publicidad.

 

5 consejos de 3 escritores para escribir una novela.

E-book gratis elaborado tras un concienzudo proceso de investigación.

 

DESCÁRGATELO.
 

                                                                                                                                                              

La descripción de “El libro de los muertos” me tenía abstraída. Se dice que era un compendio de textos funerarios del antiguo imperio egipcio, muchos de ellos inscritos en las paredes interiores de las pirámides, que pasaron a regir las ceremonias y creencias post-morten 1500 años antes de Cristo. Estaba dividido en “sortilegios”, capítulos acompañados de ilustraciones que pretendían preparar al difunto en su viaje al más allá, proporcionándole conocimientos místicos o familiarizándolos con los dioses que encontraría en la otra vida. Creencia y magia se fundían en aquellos textos. Mientras observaba los dibujos y ojeaba por encima algunos párrafos, se me vino a la memoria la pesadilla que soñé días atrás, cuando estaba en los jardines de  Michelson Morley’s Manor. Era algo inconsciente, no estaba premeditado. El dibujo donde plasmé aquella escena estaba encima del monto desordenado de folios.

 

Al girar la página del libro descubrí “el ojo de udyat”. Aquella ilustración me dejó hipnotizada. Un ojo almendrado grande, coronado por una gruesa ceja y una especie de lágrima densa que cae hacia abajo como si creara una estalagmita. Del ángulo que forma con el ojo surge una línea curva que concluye en un rizo hacia arriba, parece que se desplegara en un ala. En su conjunto, el ojo se asemeja a un halcón desafiante en pleno vuelo. Al final de la página del libro apareció la imagen del Dios Horus. El centro de su cara de perfil es el ojo de udyat. No puedo dejar de mirarlo. La escena de la pesadilla cobra fuerza en mi mente. La veo con toda claridad, no se me va de la cabeza. La imagen del alienígena en el jardín, y aquella ola de fuego que avanza desde el horizonte y lo engulle. Esa sensación de angustia y de destrucción. El libro, mi dibujo, el recuerdo de la pesadilla forman una espiral que me va atrapando. El rostro del dios Horus ha hecho saltar un resorte dentro de mi subconsciente.

 


 

 

Suena la campana que indica el final de la clase. El profesor de biología se despide hasta el próximo día. Yo levanto la cabeza del dibujo y miro al frente. Me siento un poco aturdida. Como si me acabara de despertar de un trance. Cojo los dibujos con una mano y el libro cerrado con la otra. Me levanto del pupitre y salgo del aula con la intención de devolver el libro a la biblioteca.

4 comentarios:

Déjanos tu opinión.