La estirpe de los Garvey.

 

El sol lucía radiante sobre la campiña jerezana. Reflejándose en las vastas tierras de albariza, como se refleja el rostro de un niño en las serenas aguas de un estanque. Aquel suelo blanquecino, arcilloso, esa extensa pasta que parece modelada por grandes manos sobre la que se alzan las vides centenarias con sus troncos retorcidos.

 

 Rodeada de viñedos se levanta majestuosa una finca con su casa solariega, un palacete. Al que se accede por un camino privado asfaltado y donde te da la bienvenida un llamativo arco que rompe el trazado de una alta tapia enjalbegada.

 

Allí se celebraba, ese día, el decimoséptimo cumpleaños de Jacobo de Garvey, un joven prometedor de la  sociedad española. Lo más distinguido de la alta alcurnia jerezana y andaluza, importantes personalidades del panorama social, político y empresarial hicieron acto de presencia en tan relevante evento. Nadie quería perderse esa fecha tan señalada. Todos eran conscientes de la influencia y el peso que la familia del agasajado posee en la vida económica y social del país. Del relevante abanico de relaciones que los Garvey llevan alimentando durante generaciones.

 

Mientras Jacobo iba paseando por las dependencias de la casa, saludando a los invitados, vio aparecer a una de las nietas de la baronesa de Aulencia. Era una chica encantadora, muy bella, con un toque distinguido, propio de su linaje, un porte elegante y unas maneras exquisitas. Había sido educada con esmero por una sobrina-nieta de la condesa de Lebrija, quien además de proporcionarle una completa formación humanística, le había instruido en los asuntos protocolarios. A pesar de su corta edad, tan solo catorce años, tenía una presencia deslumbrante y acaparaba todas las miradas.  Jacobo sentía una especial atracción por aquella dama, y no veía el momento, no solo de saludarla como al resto de los asistentes, sino de pasar un rato a solas con ella. Se percató de que bajo el brazo, ella llevaba un bonito bolso estampado con una de esas escenas que don Francisco de Goya ilustraba para la Real Fábrica de Tapices de Aranjuez, a principios del siglo XIX.

 

La imagen le recordó a Jacobo uno de los salones, situado en el ala derecha de la casa, donde acostumbraba a pasar las tardes de invierno, sentado junto a una pequeña mesa camilla. La sala estaba presidida por una gran chimenea de obra rematada en piedra; a su lado, se encontraba una estantería de caoba que contenía una colección de tazas de porcelana pintadas a mano. En las paredes laterales estaban adosadas cuatro lamparillas murales, dos a cada lado, que tenían la forma de unas antorchas doradas. Girando el mango de la antorcha más cercana a la estantería, esta rotaba sobre un eje en un ángulo de noventa grados permitiendo el acceso a un pasadizo secreto. El pasillo que se presentaba ante sus ojos, tan ancho como la estantería, estaba iluminado por la luz que destilaba el salón y otra natural, proveniente de un tragaluz de una habitación que había al fondo. Esa dependencia oculta no era otra cosa que un gran vestidor, que albergaba el extenso vestuario de gala de una dama. Decenas de pares de zapatos estaban expuestos sobre estanterías. Vestidos exclusivos colgados en largas barras que ocupaban toda la pared. Cinturones y complementos ordenados en sus estantes. Había algo que ha Jacobo siempre le había llamado la atención. Era una colección de bolsos ordenados sobre un aparador, y de entre ellos, destacaba uno en cuyo frontal llevaba impreso el cuadro de “La gallinita ciega” de Goya.

 

Cuantas veces, Jacobo había visitado ese rincón recóndito de la casa. En el más absoluto secreto, en silencio, en soledad. Como si guardara una confidencia. Y siempre se detenía observando la escena goyesca estampada en el bolso. La presencia en su cumpleaños de la nieta de la baronesa de Aulencia, con un bolso tan parecido al que se hallaba en el secreto vestidor, le conectaba con sus momentos más privados, más íntimos, más inconfesables. No porque fueran tabú ni hicieran daño a nadie, sino porque alguien determinó la privacidad de esa estancia y él era testigo fortuito de su existencia.   

 

  

Los ilustres invitados a la fiesta se distribuían a su antojo por toda la casona. Degustando la bebida y los aperitivos que el servicio les ofrecía, formando círculos de conversación que se diluían en minutos, dando lugar a otros nuevos. Victoria, que es así como se llamaba la joven nieta de la baronesa de Aulencia, y Jacobo de Garvey paseaban por el jardín, uno al lado del otro, sosteniendo una profunda conversación que sorprendía por la edad y la condición social de los interlocutores.

 

Es curioso, – reflexionó la joven y atractiva dama – unos tanto y otros tan poco. Nosotros comiendo y bebiendo exquisitos majares y algunas familias no tendrán ni para comer.

 

– ¿Te parece un derroche esta fiesta? ¿Un despropósito? – Preguntó el anfitrión.

 

        Que va. Me parece que todo está cuidado con detalle. En ese sentido te felicito. Pero es que las diferencias sociales es un problema que me preocupa.

 

        A mí también. – Dijo Jacobo. –   ¿Cómo puede ser que todos los hombres y mujeres vengamos igual al mundo, totalmente desnudos, y, sin embargo, tengamos una vida tan diferente? Qué todos no tengamos las mismas oportunidades. Qué no podamos disfrutar por igual de los bienes que producimos en comunidad.

 

        Hay que repartir la riqueza. Y eso nos corresponde a nosotros. Es lo justo. – Apuntó Victoria.

 

        Sí, totalmente de acuerdo. – Opinó Jacobo. – Pero no tenemos que vivir nosotros peor para que otros vivan un poco mejor. Tenemos que conseguir que todo el mundo viva bien. Ojalá todos los chicos que cumplen diez y siete años pudieran ofrecer a sus amigos una fiesta como la que hoy estoy dando aquí. Eso es lo que hay que conseguir. No sé si me entiendes.

 

        Sí, es lo que dijo en un poema Lorca. “Que al fin la tierra dé sus frutos para todos.” – Añadió la dama.

 

Los dos chicos se miraron y sonrieron.

 

 

                                                                                                                                        


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