Tesla en Dubrovnik.


 

Llegué con Bryana al lugar y la hora indicada por carta para nuestro encuentro con Nikola Tesla. Eran las diez de la mañana en la estación del teleférico de Dubrovnik que conduce a la cumbre de la colina Srd. Allí estaba esperándonos el inventor serbio.  

 

Era un hombre de estatura media, delgado, de porte elegante y  bien vestido. Tenía la tez clara, sobre la que resaltaban su cabello moreno canoso, sus ojos almendrados con el iris brillante y oscuro, y su bigote perfilado.

 

Con amabilidad nos invitó a entrar a una de las cabinas del teleférico. Bry y yo nos sentamos juntas en un banco y Tesla frente a nosotras. Nos manifestó la satisfacción que le producía hablar con las hijas de Jack Armstrong, nunca llegó a conocerlo en persona, pero siempre siguió con detenimiento todos sus logros. Con quién si tuvo relación fue con Thomas Edison; inventor de la hélice de éter, en la que se basó los últimos trabajos de mi padre. Según nos relató Tesla, él fue contratado por Edison como ingeniero para desarrollar el motor eléctrico de corriente continua. Sus investigaciones le llevaron a descubrir la corriente alterna, mucho más efectiva y barata que la empleada por el inventor norteamericano. Mientras la primera solo podía proporcionar electricidad a un máximo de quince hogares, con una distancia inferior a dos millas de la fuente de energía; el descubrimiento de Tesla hacía posible el suministro eléctrico simultáneo a decenas de miles de edificios, en una distancia de cientos de kilómetros y a un coste mil veces inferior. Edison tenía muy mal perder, se dedicó a electrocutar en público a gatos y perros por todo Estados Unidos, mostrándolo como los efectos perniciosos de la corriente alterna. Llegó a electrocutar a un elefante en Coney Island (Nueva York) ante los medios de comunicación y la mirada atónita de cientos de curiosos. Para contrarrestar la propaganda difamatoria, Tesla realizaba exhibiciones públicas en las que la electricidad recorría todo su cuerpo, produciéndole a penas un leve despeinado.

 

Cuando estábamos llegando a lo más alto de la colina, Nikola nos contó que para que su descubrimiento se generalizara fue crucial la colaboración de George Westinghouse. Nada más conocer sus hallazgos, el empresario norteamericano lo abordó. Tenía fe ciega en el trabajo de Tesla. Con un entusiasmo inusitado puso todos recursos para que la producción y distribución de  corriente alterna fuera una realidad. Uno tenía una idea y el otro ponía toda su empeño en materializarlo. El uno no podía estar sin el otro. Formaban un tándem inseparable. Bryana y yo nos miramos. Nos sentíamos identificadas con aquella historia.

 

El teleférico se detuvo. Había llegado a su destino. Tesla abrió la puerta y salió del habitáculo, nosotras le seguimos. Junto al apeadero se levantaba una extraña y majestuosa torre que acaparaba nuestra atención. Hasta allí dirigimos nuestros pasos.

 

 


En el centro de una nave rectangular, similar a las instalaciones de una fábrica de mano facturas, se levantaba una estructura metálica de treinta metros de altura, que se iba estrechando a medida que ascendía, coronada por una semiesfera que se asemejaba al sombrero de un champiñón.

 

          –  Este edificio abastece de electricidad a todo Dubrovnik. – Tesla extrae del bolsillo del pantalón un manojo de llaves y abre una puerta de la nave.

 

        Muy interesante. ¿Y cómo funciona? – Bryana está sorprendida de lo que está viendo y quiere más información con la que alimentar su curiosidad.

 

        Pasen, señoritas. – El inventor serbio no presta atención a la pregunta de su invitada y retoma el relató que presentó durante el viaje. – Cuando George y yo arrinconamos la corriente continua de Edison y generalizamos el uso de la corriente alterna, él no lo pudo soportar. Tenía la guerra perdida. Edison decidió entonces orientar sus investigaciones hacia nuevos campos tecnológicos. Fue cuando inventó la hélice de éter, pero también el kinetoscopio. Incursionó en la cinematografía. Su invento era una caja oscura que a través de una lente permitía ver, de forma individual, imágenes en movimiento. Proyectaba entre cuarenta y cuarenta y seis imágenes por segundo. Se hizo muy popular, y era habitual encontrarlo en casinos, clubs sociales e incluso en ferias, activándolo con una moneda. En sus películas de veinte segundos se presentaban bailes, atracciones circenses o pequeños reportajes que documentaban acontecimientos históricos. Combinó el Kinetoscopio y el fonógrafo creando el Kinestófono, en el que se presentaban imágenes y audio. Creó las películas con sonido.

 

Los tres entramos dentro de una sala diáfana con dos puertas cerradas que conducían a otras dependencias. Era una especie de taller, de laboratorio. Sobre las mesas de madera había maquetas y planos de inventos que Tesla realizó años atrás. Caminamos hacia una que había pegada a una pared. Tesla continuó contándonos su narración:

 

        Algún tiempo después me sucedió algo parecido a Edison. Estudié la transmisión inalámbrica de energía. Inventé artefactos emisores y receptores. En 1893 realicé mi primera radiotransmisión. Guillermo Marconi, que había trabajado conmigo en el proceso de investigación, aprovechó algunos de mis inventos, como las bobinas de radiofrecuencia, y realizó una emisión de radio en 1895. Dos años más tarde su retransmisión atravesó el canal de la Mancha. Marconi, que provenía de una familia millonaria italiana, registró su patente un año antes que yo, e invirtió una gran cantidad de capital en promocionarlo. Sentí en mis propias carnes la rabia y la frustración que Edison experimentó una década antes, pero igual que él, aprendí a canalizar ese sentimiento en crear algo nuevo. Skyla, por favor, dame el mineral que te envié por correo.

 

 

Tesla nos había llevado frente a una pequeña máquina de mesa conformada por cuatro bobinas. Extraje el misterioso mineral verde del bolso y se lo di en la mano.  El inventor lo colocó en el centro. Se produjo un arco eléctrico que chocó con la cubierta del mineral. La gema flotó sostenida por los rayos y el líquido verdoso que contenía en su interior se tornó fluorescente. Sin esperarlo se produjo una reacción fugaz, una llama oscura, que absorbió la energía del mineral. Bryana y yo nos miramos asombradas.

 

        ¿Habéis visto? ¿Qué os parece? – Tesla exhibió una amplia sonrisa bajo su bigote, con cierto tono presuntuoso.

 

 

 

                                                                                                                                             

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