Danny McDonald, el guardaespaldas personal del presidente de los Estados Unidos está vistiéndose en la habitación de su apartamento antes de ir a trabajar. Tiene abierta una puerta del armario ropero, en el que hay instalado, en su cara interior, un espejo de cuerpo entero. De pie, observándose en el espejo, Danny se abrocha uno a uno, con parsimonia, los botones de la camisa. Son las nueve de la mañana. El silencio que impera en la vivienda se rompe por el sonido de una llave que abre la cerradura del apartamento.
- - Cariño. ¿Sigues en casa? – Es Mary, su novia. Con la que convive. Trabaja de enfermera en urgencias de un hospital de Washington. Acaba de llegar después de efectuar un turno de noche.
Danny sale de la habitación y se dirige con paso aletargado a la sala principal. Allí hay una cocina americana que ocupa prácticamente una pared, y que se separa de lo que hace las funciones de salón por una isla con encimera de mármol blanco. Junto a la pared del fondo hay un sofá de tres cuerpos tapizado con poli piel negra, en donde Mary se ha repantingado. Sin quitarse ni el abrigo. Agotada por la noche de trabajo. Mary contempla los movimientos de su novio, que está abriendo todas las puertas de los armarios de cocina buscando algo, mientras espera que se acerque a ella, le dé un beso o le dedique alguna muestra de cariño.
- - ¿No has comprado café?- Son las primeras palabras que Danny le dedica a su pareja después de no haberla visto durante toda la noche.
- - No he tenido tiempo. Podrías haberlo comprado tú.
- - ¡Joder! ¿No hay café soluble en esta casa?
Mary está tan cansada que no le apetece nada enfrascarse en una discusión sin sentido. Quiere desconectar. Estar un rato con su pareja, que no ha visto en todo el día e irse a la cama. Le gustaría tomarse algo con Danny, desayunar juntos, entablar una breve conversación antes de que él se fuera al trabajo. Sentir un poco de complicidad. Aunque ya está en su casa, el hospital no ha salido de su cabeza. Le sucede a menudo. Son gajes del oficio.
- - Ha sido una noche de infierno. No he parado ni un momento, corriendo de un sitio para otro, haciendo pruebas. Para colmo me han puesto chicas recién salidas de la facultad y termino haciéndolo todo yo. Van muy lentas. Se atascan con cualquier cosa. Y en este trabajo hay que ir rápido porque si no se amontona la faena…
- - Bueno, bueno. ¿Pero se ha muerto alguien? – Interrumpe Danny la exposición de su novia.
- - ¡Qué imbécil!
Danny se mueve por toda la sala vestido con la ropa de trabajo. Lleva el botón del cuello de la camisa sin abrochar y la corbata sin anudar. Desiste de preparar un café y en su lugar ha rellenado dos tazas de desayuno con leche calentada en el microondas y una cucharada de cacao soluble. Se aproxima a Mary, apoya las tazas en una mesita de sobremesa y se sienta en el sofá.
- - Perdona que te moleste. ¿Te importaría hacerme el nudo de la corbata? Te sale mucho mejor a ti.
Mary hace mueca de resignación. Se incorpora, se sitúa frente a Danny sin levantarse del sofá y mostrando interés le anuda la corbata ajustando la distancia correcta entre los dos extremos. Le sonríe y le dice:
- - Estás guapo.
- - ¿Estoy o soy?
- - Menos lobos, que estás más gordo que en el relato anterior. Se nota que te estás pegando la vidorra padre en la Casa Blanca.
- - Bueno, bueno. – Danny se levanta del sofá. Se dirige al dormitorio. Se pone la americana. Regresa al salón. Le da un beso en los labios a Mary y sonriendo le dice – Me voy a trabajar. Descansa mi amor que estás hecha un trapo.
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