La chica del cine Ross

 

 

Navegando por redes sociales Kike se quedó atrapado mirando la foto de una chica posando a la entrada del “Cine Ross.” Este era un cine de barrio que cerró en el 2002. La afluencia a las salas de cine hacía tiempo que estaba disminuyendo. El cine aguantó como pudo, hasta que finalmente no logró competir con los multi-salas instalados en los centros comerciales. Aunque han pasado los años, el cine sigue en pié manteniendo la cartelera de sus últimas funciones. El cartel de “El diario de Bridget Jonnes”. Como si se hubiera detenido el tiempo en aquel momento.

 

Y allí estaba ella, preciosa, sonriente. Junto al cartel de la película, más guapa si cabe que la protagonista del film. Acaparando la atención entre la multitud de fotos y noticias que desfilan por la sección de inicio de la red social.

 

Sin pensarlo Kike le dio un like y enseguida corrió a mirar el perfil de aquella mujer que había colgado la fotografía. Vivía en su misma ciudad, se llamaba Mireia, decía que estaba soltera, era aficionada al cine de los 80 y los 90, y a series colgadas en plataformas de pago que tenían cierta calidad argumental. En su muro alternaba interesantes comentarios sobre sus gustos con fotos suyas al lado de monumentos, museos, locales con historia. Era elegante, pero informal. Un poco coqueta. Sabía lucir sus encantos y su buen gusto; pero sobre todo, acaparaba la atención de la cámara con su bonita sonrisa.

 

Kike empezó a visualizar todas las fotos que la chica había colgado en la red. Cada vez le gustaba más. Su naturalidad, su desparpajo. Pero había una fotografía que para él resaltaba sobre las demás. Aquella en la que aparece posando en la fachada del “Cine Ross.”

 

Kike llegó a la ciudad a finales de los 90. Por fin encontró trabajo en lo que había estudiado. Alquiló un pequeño apartamento en un barrio. Estaba ilusionado, su vida comenzaba a encauzarse después de muchos sinsabores. Era un momento prometedor en el terreno profesional. Pero era un recién llegado, no conocía a nadie. Los compañeros de la oficina tenían pareja y con ellos solo podía tomar una cerveza en una terraza al terminar la jornada de vez en cuando. No tenía vida social. Se centró por completo en su trabajo, y para distraerse iba los sábados a ver la película que daban en el “Cine Ross”, que estaba muy cerca de su apartamento.

 


 

 

Ha pasado el tiempo. Kike sigue en la misma empresa y ahora es jefe de departamento. Se fue del barrio y se compró un dúplex en un municipio cercano. En el terreno laboral ha superado sus expectativas, pero le falta algo. Ha tenido varias relaciones, pero ninguna sobrepasó el umbral de los seis meses. Recuerda con nostalgia sus comienzos. La foto de Mireia le ha devuelto la ilusión, le ha recordado aquellos años. Quizás ella era la compañera que necesitaba para ir al cine los sábados. Quizás ella es lo que ha necesitado todo este tiempo. Bueno, fantasear es gratis.

 

Kike se decide a enviarle un mensaje a Mireia. Sabe que algunos conocidos utilizan la mensajería de las redes sociales para ligar. Él nunca lo ha hecho. Él no quiere ligar. Solo quiere conocerle a ella. Tiene una corazonada. Está inseguro. Es la primera vez que lo hace. Tiene miedo de parecer un poco patoso, de no saber cómo continuar la conversación, de que ella le ignore desde un principio. Finalmente se decide.

 

-          Hola. ¡Qué chula la foto que te has hecho a la entrada del cine Ross! Sales muy guapa.

 

Mireia está esa noche tumbada en el sofá del salón de su casa. Con el móvil en la mano. Lee el mensaje que le ha mandado kike y enseguida ojea su perfil. No lo conoce de nada. Ve que residen en la misma ciudad y que tienen algunos seguidores en común, gente con la que no tiene mucho trato en la vida real.

 

Observa las fotos que Kike ha colgado en la red. Parece un chico mono. Indica que está soltero, pero de eso ya sabe que no puede fiarse mucho, hay gente que miente sobre eso en internet o que oculta información. Aprecia que ha colgado muchas imágenes del trabajo. Asistencia a reuniones, charlas, simposios. Está volcado en su profesión, puede ser algo bueno o malo. Tiene otras fotos familiares, con sus padres, una pareja de señores mayores muy simpáticos, se preocupa de los suyos. En otras se le ve corriendo por el parque, es un chico deportista, se cuida, eso le gusta. Y luego ve que cuelga bastantes imágenes de platos que ha cocinado. Un arroz con bogavante, un estofado de ternera, un bacalao al pil pil. ¡Qué pinta tiene todo! Se le está haciendo la boca agua. Mira, qué chaval más apañado.

El chico le gusta, le gusta mucho. Se controla. No puede hacerse ilusiones. Ya sé ha llevado varias decepciones. Muchos hombres no son lo que aparentan ser en las redes sociales. Es como si supieran venderse como el anuncio de un perfume o de un coche. Algunos se presentan como aventureros y luego no hay quien los mueva de casa el domingo por la tarde viendo aburridos partidos de futbol por televisión. Otros presumen de ser abiertos y compresivos y resulta que son unos controladores que miran hasta los mensajes de WhatsApp que recibes en tu teléfono. Y lo peor de todo, la mayoría desaparece cuando la relación avanza y hay que dar un paso adelante para consolidarla.

Esta vez Mireia piensa que puede ser diferente. Es una corazonada. El chico le parece muy natural, muy tierno. Detiene sus pensamientos en seco. Su cabeza corre muy deprisa. Solo se trata de un mensaje. Un simple mensaje. Se incorpora, se sienta en el sofá y le contesta.

-          Es un sitio muy bonito. ¡Me encanta! ¿Lo conoces?

 

Kike ve el mensaje y se pone nervioso, respira hondo y piensa “Y ahora, ¿qué le contesto?”   

 

                                                                                                                                                            

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2 comentarios:

  1. El primer paso ya lo dio. Y siempre es el paso más difícil de un largo camino. O corto.

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  2. Lo demás es una incógnita. A ver como resuelve la ecuación.

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