Internado Inglés (3). Relato.


 

Reanudé mi camino hacia la biblioteca, con el libro bajo el brazo. Escuché a lo lejos el sonido de unas voces que imitaban los cánticos ceremoniales de los indios norteamericanos. Lo hacían en tono de burla. Me dirigí hasta el lugar de donde procedían para ver de qué se trataba. Las voces venían de un pequeño pasillo que salía de forma perpendicular de aquel en el que yo me encontraba, donde estaba ubicado el laboratorio de químicas y el seminario de ciencias, vacíos en ese momento. Giré la esquina y observé la escena. Mis sospechas eran ciertas.

 

Allí estaba Bryanna, mi hermana, rodeada por un grupo de cinco chicos que danzaban en círculo alrededor de ella, dando saltos y balbuceando un sonido continuo que modulaban, tapándose y destapándose la boca con los dedos de la mano derecha. Cada vez que Bryanna intentaba salirse del grupo la zarandeaban de un lado a otro hasta situarla en el centro del corro. Los identifiqué al instante, era la pandilla de  Algernon Harmsworth, este se mordía los labios cada vez que empujaba a mi hermana haciendo que perdiera el equilibrio. Los otros compinches le sonreían con malicia esperando una mirada de aprobación.

 

Algernon era un abusón. Un tipo mediocre lleno de envidias que no llegaba a resaltar en nada. Pasaba de curso con un aprobado raspado. Destacaba un poco en educación física, pero le faltaba el interés y la disciplina necesaria para poder sobresalir en algún deporte. Tenía un físico normal, no se diferenciaba del resto por ninguna característica en especial. Era moreno, de ojos marrones, estatura algo más baja que la media de su edad. Solo lograba llamar la atención, que tanto reclamaba, acosando y humillando a los débiles, a los diferentes. Con esa actitud hacía valer una falsa hombría que aglutinaba a su alrededor a otros niños, bien que querían ser como él. Cuando seleccionaba a una víctima podía llegar a ser muy pesado y molesto con ella. La perseguía por el patio y por los pasillos, conocía sus rutinas y sabía donde y cuando abordarla con su pandilla, para humillarla hasta hacerle llorar, mientras él se reía en su cara del daño infligido. De un tiempo a esta parte, el blanco de sus burlas era Bryanna, por su color de piel.

 

A mí no me daba miedo, al contrario, me encendía. Sabía que era un cobarde. Nunca actuaba solo, siempre iba acompañado de sus amigos. Cuando intervenía un profesor para poner orden se hacía el inocente. Echaba las culpas al resto, a menudo a la víctima. Pensaba que porque era hijo de un Lord, miembro del parlamento, contaba con la impunidad y la protección del equipo docente. Cuando no era más que la posición y el dinero de su padre la única razón por la que fue admitido en aquel colegio. Al ver a Bryanna otra vez inmersa en esa situación enfurecí y me encaré con el grupo.

 

       ¡Algernon Harmsworth! – Grité, rompí el cerco y conseguí colocarme al lado de mi hermana.

 

Ellos continuaban danzando en círculo y haciendo burla como si no hubiera pasado nada.

        ¡Algernon Harmsworth! – Insistí. Levantando aún más la voz. Algernon se detuvo frente a mí con actitud de gallito, arropado por sus amigos que quedaron parados un paso por detrás de él.

 

       ¿Qué pasa? ¿Qué como la piel roja no puede defenderse sola, ha tenido que venir en su ayuda el séptimo de caballería? – Se escucharon algunas risas a su espalda.

 

         Te… Te… Te crees muy valiente. Cinco chicos contra mí. Así, bien podréis. – Bryanna estaba muy nerviosa.

 

       Mira, la tartaja. – El brabucón no perdió la oportunidad de continuar humillándola ante la sonrisa burlona de sus compinches.

 

        ¡Grrr! Te voy… – Bryanna levantó los puños amenazando con darle un puñetazo. Sujeté la muñeca de mi hermana para tranquilizarla.

 

       Esto no va a quedar así. – Miré con rabia a los ojos de Algernon. 

 

 

        ¡Ay, qué miedo! ¿Qué me vas a hacer? Aunque seas un año mayor que yo no eres más que una niña. Anda, niñas, iros a jugar con las muñecas. – Se volvió a escuchar otra carcajada por detrás del gamberro.

 

        Te dije que dejaras en paz a mi hermana.

 

        La hermanísima. Ha venido la hermanísima. Qué bien. Ya estamos todos.

 

                                                                                                                                                                             

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        Prefiero ser la hermana de Bryanna que el hijo de un empresario fracasado. Tu padre quiere dárselas de promotor del progreso porque tiene envidia de lo que hacía mi padre, y como no tiene ni idea de ciencia, invierte su dinero en inventos de charlatanes que no sirven para nada. Pobre iluso. Con esos aires de grandeza cuando no es más que un ignorante estafado.

 

 

El padre de Algernon, Lord Hugh Harmsworth era un político y empresario británico, miembro de la cámara de los lores, al igual que mi padre, Jack Armstrong. Mantenía con él una conocida rivalidad. El desconocimiento de la tecnología que poseía Hugh le condujo a financiar presuntos inventos de electroterapia que carecían de utilidad práctica. Tal fue el caso del “Oxinador” inventado por Hercules Sanche. Una bobina eléctrica que a través de dos cables se suponía que podía suministrar oxígeno a los enfermos por vía cutánea, por medio de pequeñas descargas eléctricas de baja intensidad. Hugh Harmsworth se veía a sí mismo como un visionario, pensaba que con sus inversiones introduciría los avances tecnológicos en el campo de la sanidad. Tras comprobar que estos artilugios eran inservibles, la prensa los denominó “electrocharlatenería.”

 

Al haber sacado este tema a relucir noté que había tocado un punto débil del acosador. Algernon se puso a la defensiva e intentó vilipendiar la memoria de mi padre.

 

        Al menos mi padre no se muere en los experimentos que financia, no como el tuyo. – Haciendo referencia a que Jack murió en una expedición del STS Argo al espacio.

 

  

Que se metiera con mi padre no se lo iba a aceptar. Me bastó un cruce de miradas con Bryanna para que las dos nos abalanzáramos sobre aquel niñato engreído. Lo tiramos al suelo y empezamos a propiciarle puñetazos y patadas. Él se defendía devolviendo los golpes y arremolinándose como un gato en una pelea callejera. Los otros chicos de la pandilla, en lugar de separarnos, se tiraron sobre nosotras en una melé. Bryanna les mordía en la mano y en el brazo. Eso los mantenía a raya.

 

Dos profesores aparecieron de repente, nos levantaron del suelo y nos separaron. Durante unos minutos intentaron esclarecer cuál fue el motivo que desencadenó aquella trifulca. No les fue difícil, los aguerridos chicos de la pandilla se iban con facilidad de la lengua. Era comprensible, el castigo que podrían recibir en su casa, si les llegaba la noticia, superaría a las medidas que pudiera tomar el centro.

 

        Ha sido culpa de ellas, ellas han empezado todo. – Algernon se mostraba como un animalito agredido que intentaba dar lástima.

 

        Skyla Amstrong, Bryanna Amstrong y Algernon Harmsworth, acompáñenme de inmediato al despacho del director. – Dijo con firmeza uno de los profesores.

 

 

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